
De forma que cuando las cosas se complican un poco, bien sea en los negocios, en la educación, en la medicina o la justicia, se infiere que la responsabilidad es de quien no puede hacer rentable el negocio, del profesor que no enseña, el cirujano que no cura o el juez que sentencia injustamente. La quiebra, el suspenso, la enfermedad y la condena son consecuencias de la incompetencia del experto, cuyas decisiones son arbitrarias y nadie sabe como alguien les ha dotado de la facultad de tomarlas. Esta es la norma. La opinión mayoritaria validada por la ira y los prejuicios que emplazan a los profesionales al lado de los verdugos
Así que cuando un negocio se arruina, un alumno suspende, un paciente se muere o alguien tiene que ir a la cárcel o pagar una multa, no es porque las ventas hayan menguado, los estudiantes no estudien; la enfermedad sea incurable o haya existido un delito descrito y sancionado, es por la insaciable ¿sed de mal? de quien decide a pesar del análisis, conocimientos y experiencia en los asuntos que debe dirimir.
Esta es la actitud de una sociedad acomodada en la opulencia y la simplicidad. Todo se solventa, se supera, se cura y se recurre con resultados satisfactorios guiados al bienestar del público que vota. Basta extender una mano para conseguir lo que se desea en este mundo fácil.
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