miércoles, 4 de marzo de 2009

Lo que viene después



Iba a empezar diciendo; queridos lectores, pero no es cierto. Y acabo de recordar todo eso de la flexibilidad y el dinamismo de un blog y la verdad, me importa un pimiento.

Hoy no estoy de muy buen humor. Así que si me lo permiten, y si no también voy a despotricar hasta aburrirme.

Empezaré por las impresiones de la Semana Santa.


Por motivos que no vienen a cuento, el pasado 10 de abril me encontraba en la Plaza de la Villa, lugar que muestra la foto, esperando el paso de Jesús el Pobre. Uno de mis acompañantes, tras una larga hora de espera, cansado y abatido hizo el siguiente comentario: "Por ahí no viene ni Dios" Como se puede observar en la foto, la multitud entre la que me encuentro, conecta sus dispositivos electrónicos para inmortalizar el momento en el que, precedido por los cofrades, el paso con la imagen del nazareno entra en la plaza desde la calle del Cordón. Entonces, empezó a oler a incienso y lo que hasta el momento solo había sido un pequeño compendio de malos modales contenidos, se tornó en una espiral de beatitud eufórica. Así, en olor a santidad, la multitud comenzó primero a explayar en forma de comentarios soeces sus sentimientos más profundos, entre los cuales alcancé a escuchar el siguiente con acento andaluz:
"mucha de esta gente no debería de estar aquí, porque estoy segura de que no son creyentes, pero ya se acordarán, ya...., en el momento de la muerte, en el que se agarrarán a Dios."
Tras el paso del Cristo y una media hora después aparece por la misma esquina la imagen de una virgen. Entonces empiezan las exclamaciones desgarradoras, de guapa y mira como la bailan, cuando, a mi entender, no era más que una maniobra para girar el paso, pero en fin, cada uno que piense lo que quiera.
Por fin, decimos marcharnos, sin seguir la procesión. Yo me acordé de mi abuelo escapando del Clínico en el año 1939 perseguidos por los tropas de la cruzada y de lo que me contó; que la gente les tiraba ropa de paisano desde los balcones de la calle de Bravo Murillo, para que no los detuvieran con el mono de milicianos. Y pensé en como el pueblo de Madrid ha cambiado tanto en este tiempo. Y en lo que significa perder una guerra.
Así, setenta años después vuelven a sonar las trompetas de los heraldos de la destrucción.